Cuando era pequeño, jugando a uno de mis juegos de mesa
favoritos, me tocó responder a la
siguiente pregunta; “¿Qué juego está
prohibido en la Unión Soviética? Cuya respuesta era: El Monopoly. En aquel momento no entendí bien porque podía estar
prohibido en aquel país, y al preguntar a mis padres el porqué, me contestaron
que era porque se trataba de un juego capitalista. En aquel momento me conformé
con aquella respuesta aunque no entendía bien el motivo.
Al intentar dar una respuesta a aquella pregunta de mi
primera juventud parto de la premisa que todos los lectores conocen el juego
del Monopoly, de no ser así en este enlace podrán encontrar las normas de dicho
juego:
El objetivo del juego del Monopoly es ganar a costa de “arruinar”
al resto de los jugadores, para ello todos los jugadores parten de las mismas
condiciones “económicas” y a través de la suerte y de unas habilidades “negociadoras”
básicas pueden conseguir su objetivo.
Es muy curioso el tipo de comportamientos que se dan durante
el juego: al principio cuando todos los jugadores tienen las mismas
condiciones, los comportamientos pueden ser similares, todos basan su
estrategia en la suerte de caer en las casillas deseadas, pero a medida que el
juego va avanzando y la igualdad “económica” va desapareciendo los
comportamientos también van cambiando.
Comenzaremos a analizar el comportamiento de los perdedores.
Cuando el jugador lleva perdido aproximadamente una cuarta
parte del dinero inicial no se aprecia una especial preocupación, ya que se
achaca la situación a una cuestión de suerte, y que la situación puede cambiar
si ésta cambia, cuando se lleva perdido la mitad del patrimonio inicial el
nerviosismo empieza a hacerse visible y se intenta cambiar de estrategia, a partir
de aquí partimos desde la desventaja a la hora de negociar cualquier acción,
hecho que será aprovechado por nuestros contrincantes para conseguir una
posición aún más ventajosa si cabe.
Cuando el jugador ha perdido las tres cuartas partes del
patrimonio inicial, se encuentra a merced del jugador que va ganando y las
posturas ante la negociación son
sumisas, donde prácticamente es el jugador con mayor poder “económico” el que
dirige la negociación.
Si resulta curioso cómo va bajando el nivel de seguridad y de
control sobre la partida a medida va disminuyendo el “dinero”, más curioso
resulta si cabe la actitud del jugador ganador.
El jugador que va ganando a medida que va aumentando su
patrimonio va actuando con mayor desdén y prepotencia, maneja el dinero con
mayor soltura y llega a ser irritante para el resto de jugadores a los que en
ocasiones puede llegar a avasallar con su actitud.
A la hora de negociar con el resto de jugadores parte de una
posición de ventaja, dirige la negociación de la que resulta una posición de
aún más poder.
El jugador que vence tiene que partir de las siguientes premisas:
la suerte, la ambición (que bien puede resultar una virtud) y la avaricia (que
partiendo de las premisas del justo medio aristotélico es a todas luces un
vicio) ya que el objetivo es hacer que los demás pierdan, el vencedor será
quién consiga acaparar todo el “dinero” y “propiedades” del resto de los
jugadores.
Podemos decir que el juego de Monopoly destaca en los jugadores
valores como la sumisión o la frustración en los perdedores y la prepotencia o
la avaricia, en los ganadores.
Comparando con otro juego de mesa clásico, como puede ser el
ajedrez, éste también consta en vencer al contrincante, pero para ello ha de
utilizarse, la estrategia y el conocimiento, que pueden considerarse dos virtudes
(siguiendo el modelo de justo medio anteriormente citado).
Podemos llegar a la conclusión que el juego del Monopoly
destaca los valores del sistema capitalista como es la máxima “tanto tienes, tanto vales”. Valores,
que pienso, no son los más apropiados para inculcar en un juego lúdico.
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