Existen dos formas de entender el
trabajo: como un modo de vida, o como la manera de financiar tu modo de vida.
Indudablemente tener tiempo para realizar actividades que nos llenan plenamente
es una de las fuentes de felicidad de cualquier persona, pero esto sólo es
posible teniendo el tiempo libre suficiente, las necesidades básicas cubiertas,
así como una mente despejada alejada de los problemas.
Por lo tanto debemos cuestionarnos si
la estructura horaria de la jornada de trabajo es beneficiosa para el ser
humano o es perjudicial.
En 1919 se implantó en España la
jornada laboral de 8 horas, tras una huelga general que duró 44 días, desde
entonces, como todo proceso ha tenido sus avances y sus vuelta a atrás, pero lo
que parece claro es que para la mayoría de la población, la reducción de la
jornada laboral ha quedado en un segundo plano dentro de las reivindicaciones
laborales.
Pero debemos preguntarnos ¿Cuál es el
fin del trabajo? Junto a la siguiente pregunta ¿supondría algún déficit la
jornada laboral de 30 horas?
Para la primera pregunta la respuesta
correcta sería el conseguir la producción y los servicios necesarios para la sociedad.
La segunda pregunta tiene una
respuesta algo más compleja, Tomás Moro, en su obra Utopía (1516) trata esta
cuestión, idea muy avanzada para su época teniendo en cuenta que se trata de
una obra del siglo XVI:
“Quizás pensaréis que la jornada
de seis horas producirá necesariamente escasez. Mas no es así. Tal jornada, no
sólo basta para procurar lo necesario a las necesidades y comodidades de la
existencia sino que las excede. Y lo comprenderéis si consideráis cuán grande
es, en los restantes países, la parte de la población que pasa el tiempo en la
holganza. En primer lugar, la mayoría de las mujeres, que constituyen la mitad
de aquella población. Y donde las mujeres trabajan, casi siempre los hombres
huelgan en lugar de ellas. Añadid la ociosa muchedumbre de los sacerdotes y
religiosos, que así son llamados. Además, todos los ricos, especialmente los
propietarios de los latifundios, que el vulgo llama gentileshombres y nobles, y
sus numerosos familiares, turbamulta de vagos armados de pies a cabeza, y
finalmente, los mendigos robustos y sanos que simulan enfermedad cualquiera
para ocultar su holgazanería. Veréis entonces que el número de los trabajadores
cuya actividad se aplica a proveer las necesidades del género humano es muy
inferior al que podáis suponer.
Considerad ahora que bien pocos de estos ejercen un oficio indispensable.
Como todo se mide entre nosotros por
dinero, necesitamos dedicarnos a
infinidad de profesiones perfectamente inútiles y superfluas, que sólo sirven
para acrecentar el lujo y la deshonestidad.
Suponed que esa masa de hombres que ahora trabaja se repartiese entre los
escasos oficios que responden al uso conveniente de los recursos naturales; la
abundancia de los productos necesarios sería entonces tan grande, que los
precios serían hasta excesivamente bajos para asegurar el sustento de los artesanos. Mas, si todos los hombre
que hoy pierden el tiempo en oficios de lujo, si todas las personas que se
corrompen en el ocio y la holganza, cada una de las cuales consume una parte de
los productos del trabajo ajeno igual a
la de dos productores, se viesen obligados a participar en un trabajo de
interés general, se comprende fácilmente que cada individuo tendría que
ejecutar un muy escaso trabajo para conseguir la producción de todo lo preciso
para las necesidades y comodidades de la existencia, amén de los placeres,
verdaderos y naturales.” (Tomás Moro, Utopía, pag.97-98, Edimat libros
S.A.1516-2005).
Como podemos observar en el texto ya
Moro pone de manifiesto la cantidad de población ociosa que sustentan las masas
trabajadoras, pero en una situación como la actual donde existen seis millones
de desempleados y una tecnología muy superior a la del s. XVI, sería mucho más
fácil dar abastecimiento a toda la población.
Es más, existen ejemplos en otros
países de experiencias similares con resultados óptimos:
Francia, progresivamente desde el año
1998 al 2002 implantó progresivamente la jornada laboral de 35 horas semanales,
bajo el lema “Trabajar menos, para trabajar más personas y vivir mejor”
reduciendo el desempleo con incentivos fiscales a las empresas que realizaran
nuevas contrataciones, lo que redujo el paro y aumentó el PIB nacional en un
2,5% contradiciendo las expectativas de la patronal francesa. A partir del año
2003 con la llegada de Jacques Chirac a la presidencia francesa y los gobiernos
que lo sucedieron, entraron en la deriva neoliberal actual y fueron
desmantelando la conquista de los trabajadores franceses.
Suecia acaba de implantar la jornada
laboral de 30 horas semanales con resultados notables.
Los centros de servicios de Toyota en
Gotemburgo, cambiaron su jornada laboral a 30 horas semanales hace 13 años,
dando como resultado una rotación más baja y la satisfacción de sus empleados.
Entonces la pregunta siguiente es: Si
la reducción de jornada laboral a 30 horas semanales es tan beneficiosa ¿Por
qué no se implanta? ¿A quién beneficia la situación actual?
Los trabajadores tienen como único
medio para conseguir cubrir sus necesidades básicas vender su fuerza de
trabajo, esto provoca una situación de oferta / demanda de empleo, donde los
propios trabajadores entran en competencia unos con otros. Tener una bolsa de
desempleados es fundamental para el funcionamiento del sistema capitalista, ya
que esta actúa como método de presión contra los trabajadores, evitando
sobrepasar su “límite de subsistencia” para que así sus demandas vayan
encaminadas a cubrir su sustento y no a la mejora de las condiciones laborales.
Actualmente en España, sólo el
sindicato CNT, mantiene la lucha sindical de la reducción de jornada laboral,
pero debido al daño que el sistema capitalista ha hecho al sindicalismo y la falta
de organización de la clase trabajadora, así como el silencio de los medios de
comunicación a este tipo de luchas, la propuesta pasa desapercibida para la
mayoría de los ciudadanos.
Tener una masa social con tiempo
libre, implica correr el riesgo de que ésta se forme intelectualmente y ponga
en cuestión las decisiones que toman los gobernantes.