El término “censura” está
definido en el diccionario de la Real Academia de la Lengua como “1. Dictamen y juicio que se hace o da
acerca de una obra o escrito. 2. Nota, corrección o reprobación de algo”,
la intervención de un tercero o terceros en una acción con intención de
suprimirla o corregirla.
La
“censura” es una actuación típica de regímenes totalitarios, durante los
cuarenta años que duró el franquismo, diversas leyes y decretos limitaban la
libertad de expresión con el objetivo de que ideas contrarias al régimen, y de
los pilares que lo sustentaban no vieran la luz y no pudieran ser difundidas.
Igualmente,
es impropia de regímenes democráticos, ya que la democracia es símbolo de pluralidad,
y no puede haber pluralidad sin libertad de expresión. La libertad de expresión
debe ir acompañada de un espíritu crítico derivado del análisis de la realidad.
La libertad de expresión no la otorga ninguna ley sino que debe ser fruto de la
formación personal. Como decía José Luis Sampedro “para mí la clave de la
libertad, es la libertad de pensamiento, se habla mucho de la libertad de
expresión. Hay que reivindicar la libertad de expresión, por ejemplo, en la
prensa, pero si lo que usted expresa en la prensa es un pensamiento que no es
propio, que ha adquirido sin convicción y sin pensarlo, entonces no es usted
libre por mucho que lo dejen expresarse”.
Es
típico en la sociedad actual oír la expresión “políticamente correcto”, que
viene a significar, el acto de ejercer un freno a lo que queremos decir
realmente con el objetivo de no dañar a la persona aludida o dulcificar una
expresión con el objetivo de no parecer brusco, se trata de un tipo de autocensura que nos imponemos, lo que
resumido vendría a ser esta explicación que he leído en alguna red social: “vivimos en una sociedad donde está peor
visto decirle a un hijo de puta, que es un hijo de puta, que ser un hijo de
puta”. Una sociedad donde se culpabiliza al denunciante y se victimiza al
delincuente, y todo por no ser “políticamente correcto”.
Aldous
Huxley, autor de Un mundo feliz, libro que recomiendo, decía: “La
dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente
una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar.
Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que gracias al consumo y el
entretenimiento los esclavos amarían la servidumbre”. Las personas que viven en
esta “dictadura perfecta” no cuestionan el sistema, no tienen la necesidad de
analizar la realidad, ni de cuestionar la sociedad donde viven, no es necesario
censurarlos ya que difunden lo que el sistema les dice que tienen que pensar y
decir. No podemos llamar democracia a un sistema que utiliza todos los medios
que dispone para condicionar el pensamiento de la población o simplemente para
evitar que piensen.
El
papel de los medios de comunicación para construir esta “prisión sin muros” es
fundamental, ya que a través de la difusión de las ideas hegemónicas, se
interiorizan ideas por parte de la población que no son capaces de cuestionar y
que repiten sin ni siquiera haber analizado personalmente, donde se presenta la
realidad en clave de buenos y malos.
Nos
encontramos, como diría Ortega y Gasset, ante el triunfo de la vulgaridad, los
referentes de éxito que tiene la población, programas de máxima audiencia que
realmente son un insulto a la inteligencia pero que son un reflejo de la
sociedad que vivimos.
En
definitiva, les propongo que sean analíticos, críticos, digan lo que piensan y
sobre todo piensen, previamente, lo que digan, a riesgo de ser políticamente
inconrrectos.
Salud.
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