El pasado día 6 de Enero fuimos testigos de un hecho inaudito. Un hecho que no se había dado desde la declaración de independencia de Estados Unidos el 4 de julio de 1776. Sobre las 14:30 hora de la Costa Oeste de Estados Unidos, mientras en España manteníamos conversaciones triviales sobre las navidades, el futuro que nos deparará la pandemia o los ritmos que están llevando los distintos procesos de vacunación. En Estados Unidos se estaban congregando una multitud en torno al capitolio con el objetivo de detener el proceso de verificación de Joe Biden. Una multitud que consiguió romper el escuálido cordón policial de seguridad que defendía el edificio donde reside la soberanía nacional estadounidense y adentrarse en las instalaciones y provocando la suspensión de la sesión.
Mientras tanto
el actual Presidente interino, Donald Trump, cual Nerón en la antigua Roma,
seguía incendiando el país a través de declaraciones desde sus redes sociales,
sosteniendo su tesis de que “le han robado las elecciones”, tesis que no se
sostiene en ninguna prueba más que en el imaginario del magnate norteamericano
convertido en presidente del país más poderoso del mundo.
A todos nos
llama la atención cómo es posible que una turba descontrolada llegue a los
despachos de los congresistas electos sin que las fuerzas del orden disuelvan
la concentración, quizás habría que ver qué características tienen los
manifestantes para que la policía no la haya disuelto: Se trataba de ciudadanos
blancos que defendían los intereses del máximo exponente de la oligarquía
económica estadounidense, que además sigue siendo el comandante en jefe del
ejército. Todos sabemos que si los manifestantes hubieran sido afroamericanos o
latinoamericanos defendiendo los Derechos Humanos o la clase trabajadora pidiendo
mejoras salariales la concentración hubiera durado menos que un caramelo en la
puerta de un colegio y que habría sido disuelta a base de chorros de agua,
palos y cargas a caballo mucho antes de que se hubieran podido acercar para ver
de lejos la cúpula del capitolio. Es evidente que cuando se defienden los
derechos de los poderosos las fuerzas del orden son menos “enérgicas” que
cuando se defienden los derechos de las clases populares.
Lo que muchos
analistas han llamado asalto, o intento de golpe de estado terminará en nada
porque el grueso del partido republicano se ha adherido a la legalidad
constitucional dando la espalda a Trump, incluso las redes sociales twitter y
Facebook (herramientas de difusión de Trump durante cuatro años) han bloqueado
las cuentas del aun presidente, incluso hay quien a pedido que Trump deje de
ser presidente de inmediato y que sea sustituido por otro republicano (el
vicepresidente Mike Pence) que gobierne el timón del país hasta el 20 de enero,
fecha en la que será investido presidente Joe Biden.
No nos
engañemos, Biden no es ningún revolucionario, pertenece a la oligarquía
política y económica estadounidense y tendrá el duro trabajo de despolarizar al
país para que las aguas vuelvan a su cauce.
“No deberíamos estar buscando héroes, deberíamos buscar buenas ideas”
Noam Chomsky
Buen análisis. Un buen artîculo. Lo incorporarè a Estados Fallidos de Noam Chomsky. Saludos Manuel
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