Comienza a ser
habitual encontrarnos con noticias relacionadas con la adicción de menores de
corta edad a los videojuegos, hace poco tiempo hemos visto una noticia
publicada por varios medios de comunicación que hacía relación a una niña de 9
años que era ingresada en un centro de rehabilitación por su adicción a los
videojuegos. Diversas páginas en internet alertan de las señales que indican
esta dependencia.
La pregunta
que cabría hacerse es ¿Quién es responsable de estas actitudes? ¿los niños/as?
¿los creadores de videojuegos? ¿el fácil acceso a las nuevas tecnologías de los
menores? o ¿los padres y madres?
La adicción a
los videojuegos en particular o a las nuevas tecnologías en general
(tecnofilia) cuando se trata de menores, es derivado de una mala gestión del
tiempo, llenar el espacio que tenemos con actividades que absorben y abstraen
de la realidad y no es más que uno de los múltiples resultados que puede
provocar no poner normas y límites a nuestros hijos e hijas.
Debido a la
falta de vocabulario y estrategias de comunicación los niños/as transmiten sus
necesidades de la única manera que conocen y es a través de llantos y rabietas,
es común ver, cada vez más, como padres y madres prestan sus teléfonos móviles
a pequeños con el único objetivo de que no molesten, es normal ver este tipo de
actitudes en lugares públicos con el objetivo de no llamar la atención, pero al
parecer, cada vez es más usual hacerlo también en el ámbito de lo privado, en
el que además se suman otros componentes a la ya clásica televisión como
tablets u ordenadores.
No poner
límites al uso de las nuevas tecnologías, en muchos casos, es debido para
evitar un enfrentamiento con el niño/a que puede derivar en un malestar en los
adultos.
Es un hecho
que no se puede negar la realidad lúdica a la que se enfrentan los niños y
niñas de hoy, las nuevas tecnologías son una realidad, pero somos los adultos,
quienes en función de las distintas edades
de los menores, debemos controlar la edad y el tiempo de uso.
Padres y
madres debemos enfrentarnos a situaciones de conflicto con los menores, es uno
de los efectos secundarios de la paternidad/maternidad, y debemos salir
“victoriosos” de esos conflictos, ya que una vez el niño/a se sale con la suya
aprende los mecanismos que hacen que sus progenitores cedan a sus exigencias,
estos mecanismos se repetirán con mayor intensidad la próxima vez.
Una vez que el
adulto dice “NO”, este “no” no puede derivar en un “SÍ”, aunque nos
arrepintamos o genere una situación de conflicto. Habrá tiempo de rectificar en
una próxima situación, pero el cambio de posición debe ser desde la autoridad
del adulto no desde la exigencia del menor.
Podemos
explicar nuestro posicionamiento con el objetivo de que el niño/a entienda
porqué actuamos así, aunque no esté de acuerdo con la decisión, pero la
decisión una vez tomada no puede cambiar.
El paradigma
de la “educación democrática” no es basar la toma de decisiones familiares en
una continua votación a mano alzada de todos los miembros de la familia, las
decisiones deben ser tomadas por los adultos.
“Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres”
Pitágoras.
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