Que la inmensa
mayoría de la población debe trabajar para poder comer, es una realidad, dicho
de otro modo, debe vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Esta es
una de las características propias de la “clase trabajadora”, da igual que
trabaje de administrativo/a, de albañil, jornalero/a o maestro/a.
Lo
significativo es que la clase trabajadora, debe vender su fuerza de trabajo al
precio que le imponga la entidad que le va a pagar, y sólo unos pocos privilegiados
pueden decidir cuál es valor de su trabajo.
Cualquier
trabajo debe estar retribuido por un sueldo, y ya seas maestro/a o jornalero/a
tu sueldo estará estipulado por la persona o personas que van a pagarte.
Esto genera un
conflicto de intereses, ya que si bien, los funcionarios públicos tienen su
sueldo estipulados por la administración independientemente de cuál sea el
valor de su trabajo, los trabajadores/as por cuenta ajena difícilmente pueden
ponerle valor a su trabajo sino que es la empresa la que estima cuánto vale el
trabajo.
Esta
estimación no se hace en función de la capacidad de producción que puede
generar ese trabajador/a, sino en función de los márgenes de beneficio que
puede generar para la empresa, por lo que el sueldo se contempla como un gasto,
no como una inversión.
Son las
grandes empresas las que marcan el salario, haciendo que las pequeñas empresas
les sigan para poder competir en el mercado.
El
trabajador/a, como ser individual, no tiene capacidad negociadora para poder
inclinar, aunque sólo sea un ápice, la balanza a su favor y sólo puede aceptar
o rechazar las condiciones que la empresa le ofrece.
Esta situación
no es nueva para la clase trabajadora, es más, este es el origen que culmina
con la creación de los trabajadores como “clase social”: su relación con los
medios de producción y la forma en que obtienen sus rendimientos económicos.
De ahí la
importancia del movimiento sindical, la unión de los trabajadores en sus
reivindicaciones puede determinar un espacio de negociación entre los
“retribuidores y retribuidos”, ya que la relación empresa-trabajadores es una
relación simbiótica, porque una no existe sin la otra y ambas se necesitan
entre sí.
Consciente de
que la fuerza de los trabajadores/as radica en su unión, el sistema ha potenciado
el individualismo como ideal social y ha generado paradigmas de éxito en
personajes banales que se encuentran fuera del sistema productivo cuya
popularidad es efímera y cuando uno se agota se “construye” otro con el mismo
perfil.
Por eso
debemos unir nuestras fuerzas, a nivel sindical, asociativo o de cualquier
manera que se identifique a los trabajadores como grupo de presión para poder
controlar nuestro destino y así dejar de ser marionetas de quien sólo quiere
explotarnos.
“Un trabajador feliz, es un trabajador
productivo” George Elton Mayo