A lo largo de
la historia, la humanidad ha construido figuras de éxito en la que fijar la
conducta social, ejemplos de buen hacer con la que cualquier persona podía
aspirar a la excelencia y ser reconocido por sus iguales.
En nuestra
cultura occidental, estos ejemplos están claramente influidos por la cultura
grecolatina, así como por el cristianismo, que forman la base cultural de lo
que somos en la actualidad.
En el mundo
grecorromano, la figura del héroe era el paradigma a seguir por todos los
ciudadanos, de ahí que figuras como Hércules o Ulises mostraran como a través
del ingenio, la fuerza y la constancia eran capaces de superar los obstáculos
que, en estos casos concretos, eran propiciados por los Dioses.
Así Hércules,
debió superar las doce pruebas impuestas por Hera, para las que tuvo que hacer
uso de su ingenio, su fuerza y destreza para finalmente superarlas.
La travesía de
Ulises, descrita magistralmente por Homero en la Odisea, no está exenta de las
mismas virtudes: fuerza, superación, ingenio, destreza… con la que tras
muchísimas aventuras consiguió volver a Ítaca.
La mitología
grecorromana, nos ha deleitado con miles de historias donde, además de dar un
sentido a la realidad que vivían, nos muestra cuales son los valores que una
persona debe fomentar, de ahí que sea la figura del héroe el paradigma clásico
de figura de éxito.
La mitología
judeocristiana, torna el mito del héroe por la figura del mártir, siendo el
principal exponente la figura de Cristo. Habría que decir que el término Cristo
proviene de la palabra griega cristo que
significa “mártir”.
La figura del
mártir es modelo de la defensa de unas ideas a través del ejemplo, desterrando
el uso de la fuerza y estando dispuesto a morir por ello, sin causar daño a quien
te lo hace.
Sin embargo,
en la actualidad, hemos desterrado estos dos modelos de conducta de éxito
social, para implantar un modelo completamente contrario, cuyo mayor logro es
tener un aspecto físico deseable, salir en programas de televisión de dudosa
calidad, ser bien parecido… o bien ser hijo de…, o amante de…, su popularidad
no reside en sus acciones sino en su capacidad para permanecer en pantalla.
Este modelo es efímero y sus protagonistas no permanecen en el tiempo, cuando
estas figuras se agotan como referentes se construyen otras de las mismas
características y de similar duración.
Si estos son
los modelos de éxito que estamos generando, deberíamos preguntarnos si nuestra
sociedad lleva el camino adecuado.
“La cultura de la modernidad líquida ya no
tiene un populacho que ilustrar y ennoblecer, sino clientes que seducir”
Zygmunt Bauman
los tiempos cambian,pero muchas ideas quedan.
ResponderEliminarEs cierto Jaime, pero a veces los tiempos cambian pero lo que permanece es lo que debería desaparecer y desaparece muchas ideas que deberían perdurar.
EliminarVivimos unos tiempos en los que la popularidad o la fama no se corresponde con la actividad del "famoso" por lo que los modelos que estamos generando no sirven de ejemplo para crear una sociedad mejor, sino todo lo contrario.
Todo el mundo conoce a los tertulianos de cualquier programa de prensa rosa y muy pocos al último premio nobel de medicina, por ejemplo.
Muchas gracias por tu comentario.