Siempre he estado a favor de la libertad de expresión, esto significa que estoy a favor de que las personas que tienen una opinión diferente a la mía puedan expresarla libremente, sin sentirme ofendido ni agraviado. Es más, estoy a favor de que cualquiera que quiera mentir para defender una postura pueda hacerlo, en lo que me cuesta estar de acuerdo es que nadie se pare a verificar si lo que se está diciendo es verdad o mentira.
Si preocupante es que cualquiera pueda mentir sin que nadie se pare a verificar lo que se está diciendo, más preocupante es que se puedan decir gilipolleces, del tipo “la tierra es plana”, “las vacunas matan” o “que el sol no es una fuente de calor” (para que se entienda a que me refiero cuando hablo de gilipolleces) y nadie se tome la molestia de verificar si esto es cierto o no, ya que utilizando una lógica simple y obviando las reglas de física, entre otras reglas que rigen el complejo funcionamiento de la naturaleza, puede llegar a convencer a los incautos de despropósitos intelectuales como los que he nombrado anteriormente.
Según decía Soren Kierkegaard “la gente exige la libertad de expresión como una compensación por la libertad de pensamiento, que rara vez se utiliza” y es que la libertad de expresión debe ir aparejada a la libertad de pensamiento, ser capaces de crear nuestros propios argumentos que nos lleven a conclusiones propias. Esto requiere un enorme esfuerzo y una inversión de tiempo significativa. El tiempo quizás sea lo más valioso de la época que nos ha tocado vivir debido a su escasez. La falta de tiempo junto a la campaña antiintelectualista propia de nuestra época (donde mucha gente se vanagloria de no leer un libro en todo el año, de no profundizar en las cosas que les afecta dejándose influir por titulares escandalosos, etc.) hace que tomarse las gilipolleces en serio sea un hecho muy común.
Con estos ingredientes, las
gilipolleces se propagan como un virus infectando
a un número importante de personas
que ven sus ideas amplificadas por las redes sociales ampliando el número de
contagiados.
Los enciclopedistas intentaron recoger en la enciclopedia todo el saber de su época, el siglo XVIII, dando como resultado la enciclopedia, donde se podía recurrir para satisfacer el ansia de saber. Hoy cualquiera tiene acceso a medios de comunicación con los que difundir información falsa, no contrastada, mentiras y gilipolleces a las que se les da el mismo valor que al conocimiento científico.
Si bien la duda es el principio del
conocimiento, no podemos resolver esas dudas con ideas peregrinas sin base
científica.
Sinceramente creo que, lo peor puede existir
es un mundo lleno de gilipollas. Por favor, no seáis gilipollas.
“Sin libertad de pensamiento la libertad de expresión no sirve de nada”
José Luis Sampedro
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