Hace
unos días en un canal de televisión generalista emitían un reportaje sobre el
que fue considerado “el mejor ladrón de España”. El poseedor de tan rimbombante
título es Jon Imanol Spieha Candela, más conocido como “El Sapo”.
El
Sapo perpetró los robos más llamativos durante los años 90, y ahora se dedica a
contar sus “hazañas” en docu-series de televisión.
Cuando le preguntaron cual era su opinión sobre los juzgados contestó: “Me considero un buen declarante”. Con esta simple frase relataba como uno de los recursos más utilizados por él era declararse como alguien que sufría “enajenación mental transitoria”.
Contaba
que una ocasión saludó a la jueza de una manera exagerada vistiendo uniforme de
militar y una chapela, durante el juicio se dedicó a gesticular de manera histriónica.
Su abogado, al que también entrevistaron explicó como se llevaba a cabo esa
estrategia de defensa.
A
través de informes de psicólogos y psiquiatras contratados por la defensa se
verificaba que su cliente padecía dicho trastorno y que esos informes eran
examinados por los peritos del juzgado. Mientras lo contaba mantenía una sonrisa
burlona, para llegar a concluir que, por una petición de pena de más de tres
años, consiguió una condena de 6 meses. El periodista le volvió a repreguntar
si cuando salieron del juzgado su cliente seguía mostrando síntomas de dicha
enajenación mental, su respuesta no deja duda: “cuando salimos se montó en un Ferrari
y nos fuimos a desayunar, en ese momento no mostraba ningún síntoma”.
Ante esta desfachatez no puedo dejar de pensar “menudo sin vergüenza el abogado” que ha facilitado que un delincuente salga libre o al menos con una pena mínima, pero en ese instante me asaltó un conflicto moral: Si la persona a la que fueran a juzgar fuera yo ¿querría que me defendiera ese abogado? Si la respuesta es afirmativa (como supongo que la de la mayoría de la gente) ¿Dónde queda el valor de la justicia? ¿Para qué sirven las leyes? ¿Las leyes y la justicia son la misma cosa?
Hace 2.400 años Sócrates fue condenado a muerte por la justicia ateniense, sus amigos le procuraron un plan de fuga, sobornaron a los guardias, le procuraron dinero para la huida y a pesar de eso Sócrates dijo que prefería morir cumpliendo la ley que huir y vivir en un mundo donde las leyes fueran vulneradas, que prefería morir en la civilización que vivir entre bárbaros. Su posición quedó recogida en uno de los diálogos escritos por Platón titulado Critón.
Más
de dos mil años después seguimos aprendiendo del filósofo griego mientras El
Sapo será aplastado por el rodillo del tiempo.
Puede
que las preguntas que planteo no tengan una respuesta correcta, pero no está de
más hacérselas de vez en cuando.
“La justicia no consiste en ser neutra entre el bien y
el mal, sino en discernir y hacer prevalecer el bien” Sócrates.