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lunes, 22 de diciembre de 2025

CHAPOTEANDO EL FANGO

 

Desde hace un tiempo hemos ido asumiendo conceptos como “fango”, “cloacas” y similares, relacionados con el debate político, es normal ver en medios y pseudomedios de comunicación, como se utiliza la vida personal de los políticos, de cualquier partido, para cuestionar el proyecto de país (autonomía o municipio) que defiende.

El objetivo de esta forma de actuar se focaliza en dos vertientes: en primer lugar, desacreditar al adversario moralmente (que se ha convertido en enemigo) de cara a la opinión pública y en segundo lugar, lanzar una advertencia a todas aquellas personas que quieran participar en política por mera vocación de servicio público

Esta forma de actuar ha sobrepasado todas las “líneas rojas” que debería tener un sistema democrático, ya que hasta Mario Puzo, exponía en su obra maestra “El Padrino”, que la familia que no estaba involucrada en los “negocios” eran intocables para sus adversarios. En este sentido la Cosa Nostra ha demostrado tener una moral superior a la clase política y mediática.

Participar en política era algo común entre los hombres libres de la Atenas clásica, y quien no lo hacía era calificado como “idiota”. En la actualidad participar en política pone en riesgo, no solo la honorabilidad del atrevido que pretende participar de la res pública por vocación de servicio, sino que, incluso si esta persona en cuestión, quisiera asumir ese riesgo, también se verían afectados sus familiares y amigos. Muchos son los casos que verifican lo escrito hasta ahora.

Pero, ¿y si no existieran estas personas dispuestas a asumir estos riesgos?

La gestión pública quedaría en manos de arribistas, chaqueteros, manipuladores y demagogos, que ven en el servicio público una forma de ganarse la vida, a costa de cualquier cosa.

Aunque cada vez es más arriesgado participar en política por todos los riesgos que eso supone, gracias a personas dispuestas a asumir esos riesgos podemos decir que el sistema democrático sigue vigente.

El día que nadie con vocación de servicio esté dispuesto a dar un paso al frente para mejorar la vida de sus vecinos, podremos decir que hemos perdido la democracia, aunque sigamos votando cada cuatro años.

“Cuando los buenos ciudadanos se ven condenados al silencio, son los canallas los que dominan” Robespierre

lunes, 15 de diciembre de 2025

EL FIN DE LOS DERECHOS HUMANOS

 

El pasado 10 de diciembre se conmemoraba el Día Internacional de los Derechos Humanos. Ese mismo día pero de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptaba el articulado de la Declaración Universal de los Derechos Humanos como estándar universal de los derechos inalienables de todas las personas, un estándar global de dignidad, igualdad y justicia, con el objetivo de que las atrocidades cometidas en la Segunda Guerra Mundial no volvieran a cometerse.

Setenta y siete años después, más que un día de celebración debería tratarse como un día de reivindicación y lucha social ya que, parafraseando a Orwell parece que los derechos humanos han sido modificados y en vez de poner “Todas las personas son iguales” parece que se le ha añadido “pero algunas son más iguales que otras”.

La violación de estos derechos inalienables son especialmente preocupantes cuando los comete una nación en periodo de paz, ya que se normalizan acciones que denigran y segregan a personas sin justificación.

Estados Unidos, país que se fundó bajo los principios ideológicos de la Ilustración y que en su Carta Magna ya postula la igualdad entre las personas, se ha convertido en la punta de lanza en la justificación de este tipo de acciones deshumanizantes, principalmente ante personas cuyos orígenes son países percibidos como pobres por el gobierno norteamericano, que se ha atrincherado en la defensa del ideal wasp (blanco, anglo-sajón y protestante) tomando como enemigo del país a todas aquellas personas que no asuman este ideal.

Desde que Trump asumiera la presidencia estadounidense, el atropello a los derechos fundamentales universales ha sido continuo, desde una doble perspectiva, desde la acción y desde el discurso.

La administración Trump ha llevado, y lleva, a cabo la detención arbitraria de personas por sus características físicas, ser de origen hispano es motivo de sospecha, el encarcelamiento de personas de manera arbitraria, agravado por el traslado a cárceles situadas fuera del territorio estadounidense, para poder así no vulnerar la constitución estadounidense que prohíbe la tortura dentro de sus fronteras, ese es el motivo por lo que se utilizan cárceles en lugares como El Salvador o Guantánamo.

Fuera de sus fronteras, la vulneración del derecho internacional y de los propios Derechos Humanos es constante, como el bombardeo de lanchas que salen de los puertos venezolanos, con la excusa de luchar contra el narcotráfico, con esos actos Estados Unidos se convierte en juez, jurado y verdugo asesinando a más de 80 personas sin que hayan recibido ni detención ni juicio.

Días atrás hemos visto como el ejército estadounidense apresaba un petrolero venezolano, en un acto de piratería sin precedentes.

A todo esto hay que sumar que todos estos atropellos no solo son conocidos sino que son retransmitidos por televisión y redes sociales sin ningún tipo de pudor, mientras la comunidad internacional mira hacia otro lado.

La impunidad con la que se cometen estos atropellos está generando una indolencia en la población mundial que ve como lo que antes era impensable, y aunque se hiciera se mantenía en secreto, hoy se lleva a cabo a la luz de todo el mundo sin que pase nada.

Si hay que buscar un responsable de esta situación, no deberíamos acusar exclusivamente a Trump, ya que también tienen su parte de responsabilidad, las personas que cumplen las ordenes de forma mecánica, ya sea aplicando las detenciones o apretando un gatillo.

Cada vez es más necesario retomar las enseñanzas de pensadoras como Hannah Arendt, que nos avisó de los peligros de asumir la maldad como costumbre.

“Lo más grave del caso Eichmann, era precisamente que hubo muchos hombres como él, y que estos hombres no fueron pervertidos ni sádicos, sino que fueron, y siguen siendo, terrible y terroríficamente normales” Hannah Arendt