Uno de los más grandes representantes del
modernismo español y padre del esperpento, es Ramón María del Valle-Inclán, que
publicó en 1924, una de sus mayores
obras teatrales, “Luces de Bohemia”, en ella hace un análisis de la sociedad
española de su época, siendo una de sus citas más célebres la siguiente: “En
España el mérito no se premia, se premia el robar y el ser un sinvergüenza, en
España se premia todo lo malo”.
Pero, ¿podríamos decir que esta cita sigue vigente
noventa y cuatro años después? ¿tan poco ha cambiado la sociedad española en
casi un siglo?
Que el mérito no se premia, es un hecho, y no
porque lo diga yo, lo dice también el premio nobel de economía de 2001, Joseph
Stiglitz: “El 90% de los chicos que nacen en hogares pobres morirán pobres por
más capaces que sean, más del 90% de los chicos que nacen en hogares ricos
morirán ricos por más estúpidos que sean, el mérito no es un valor”.
Pero una cosa no es premiar el mérito y otra cosa
es penalizarlo, y eso es muy común en nuestra sociedad. Existen dos
concepciones sobre el trabajo, el trabajo como actividad que dignifica y el
trabajo como carga, de ahí que encontremos dos tipos de trabajadores: uno que
hace el trabajo que se le encomienda de manera diligente y el que tarda en
realizarlo, pone excusas e intenta escurrir el bulto.
Si nos encontramos a ambos tipos de trabajadores
en un mismo puesto de trabajo y un superior le encomienda un trabajo al
trabajador A y este lo hace de manera satisfactoria en un tiempo lógico, y el
mismo superior le encomienda el mismo trabajo al trabajador B y este tarda en
llevarlo a cabo, pone excusas para no realizarlo, y el trabajo termina
llevándose a cabo fuera de plazo y con un resultado malo o mediocre, en el
momento en que el superior tenga que encomendar un trabajo ¿a qué trabajador se
lo pedirá? Creo que todos coincidiremos en que si fuéramos el superior se lo
mandaríamos al trabajador más eficiente, obteniendo como resultado que el
trabajador A se encontraría cada vez con más carga de trabajo mientras que el
B, cada vez tendría menos que hacer o haciendo tareas más sencillas, obteniendo
el mismo sueldo, al tener la misma categoría.
Esto tiene unas consecuencias laborales
inmediatas, el mal ambiente laboral, la desaparición de la solidaridad entre
compañeros y un desajuste en la producción.
Esta situación hipotética es más común de lo que
podemos llegar a pensar. Y un gran error en la persona que no cumple con sus
funciones, ya que los trabajadores/as el único medio de vida que poseemos es la
venta de nuestra fuerza de trabajo a cambio de un sueldo, por lo tanto está
desperdiciando su potencial en perjuicio de un compañero/a.
La situación no deja de ser injusta en lo que a
carga de trabajo se refiere, es común que los parámetros a tomar por las
empresas a la hora de efectuar despidos en caso de necesidad se tomen dentro de
cuestiones meramente económicas, no productivas, sino que el que suele salir
despedido es el que tiene menos costo para la empresa.
Podríamos concluir diciendo que la división del
trabajo ha tenido como consecuencia que este pierda valor productivo, que los
trabajadores que tienen conciencia de la dignidad que te da el trabajo como ser
humano tienen una mayor producción y que los que ven el trabajo como una carga,
los que realmente son una carga son ellos/as, una carga para sus empresas y
para sus compañeros/as.
Todos conocemos trabajadores de ambos tipos,
felicitemos a los trabajadores del tipo A y afeemos la conducta de los
trabajadores del tipo B, ya que no sólo perjudican a su empresa sino a sus
propios compañeros/as.
Esta situación no es más que otra de las
consecuencias del individualismo y de la falta de solidaridad que impera en
nuestra sociedad.
Salud.
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