La censura de los ofendiditos.
Hace unos días salió a la luz que el Consejo Escolar de Colegios Católicos de Canadá había llevado a cabo la quema de más de 5.000 libros considerando que propagaban estereotipos racistas y una actitud paternalista sobre colectivos indígenas que dificultaban la reconciliación entre colonizadores y colonizados, entre los títulos que ardieron en el “fuego purificador” se encontraban títulos como Tintín, Asterix o Lucky Luke.
Este no es el único de censura en el que expresiones artísticas se han visto implicadas, hace también poco tiempo era noticia que la plataforma Disney + retiraba varias de sus películas clásicas por el mismo motivo, los títulos que se vieron condenados fueron: El libro de la selva, Los Aristogatos o Pocahontas, entre otros.
Pero no queda
ahí, también la plataforma HBO retiraba la oscarizada “Lo que el viento se
llevó” por considerar que transmitía estereotipos racistas.
Este tipo de acciones parecían haber quedado olvidadas siendo propias de oscuros tiempos pasados. La quema de libro recuerda las imágenes de la quema de libros por los Nazis en 1933 y era impensable que en países democráticos como la “tolerante y multicultural” Canadá pudiera darse una situación así.
La censura o
la prohibición de libros o películas es propio de regímenes totalitarios,
independientemente de su sesgo ideológico, como muestra decir que 1984 de
George Orwell, fue prohibido en la URSS y en la España Franquista, lo que nos
hace pensar que lo “peligroso” es que la obra cuestione el status del régimen,
independientemente de quién lo ostente.
Hoy no es
necesario vivir en un régimen totalitario para que la censura tienda su manto,
millones de censores, a los que ahora se les llama “ofendiditos” acosan,
denuncian e insultan todo lo que no entra en sus estrechas entendederas,
haciendo que muchos no expongan su punto de vista con el objetivo de evitar
problemas y presionando para que plataformas como las antes mencionadas ajusten
su programación a sus parámetros ideológicos.
El
revisionismo al que está siendo sometido el mundo del arte no tiene precedente,
no se puede juzgar una obra del pasado con los parámetros culturales del
presente, lo que si se debe hacer es dar herramientas para poder contextualizar
la obra y entender en el marco cultural en la que fue creada, ya que la cultura,
como toda construcción humana, es dinámica y sería un error entenderla como
algo estático, pero claro eso sería dar al “vulgo” la más poderosa de las
armas, el conocimiento y el sentido crítico, algo inaceptable para quien
pretende imponer su visión del mundo.
Como me dijo
una vez un amigo “leer no es peligroso, lo peligroso es leer un solo libro,
ahí nacen los fundamentalismos”. Para poder tener una opinión propia hay
que formarse y eso requiere esfuerzo y tiempo, es necesario conocer todas las
opciones antes de tomar una decisión.
En un mundo
donde todos los seres humanos nos hemos convertido en meros consumidores, la
conciencia crítica ha dejado de ser un valor, las marcas van a ofrecer un
producto para ser consumido no para crear sentido crítico, y si no tomamos
conciencia de ello, vamos abocados a perder aquello que nos hace humanos; la
capacidad de razonar.
“La
adquisición de cualquier conocimiento es siempre útil al intelecto, que sabrá
descartar lo malo y conservar lo bueno” Leonardo da Vinci.
Manuel Carmona Curtido.
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