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jueves, 5 de julio de 2018

LAS CUENTAS CLARAS.


El Partido Popular ha presumido siempre de tener cerca de un millón de afiliados, según cifras del 2014, 865.000 afiliados nutrían las filas del Partido Popular.
La puesta en marcha del proceso de primarias para elegir al sucesor del Mariano Rajoy, al frente del partido conservador, ha desvelado que las cifras reales están muy lejos de ser las que presumía el ejecutivo Popular, por lo que a día de hoy se habla de unos 56.000 afiliados.
Este desfase numérico, me ha hecho pensar en un dato, y me ha sorprendido que nadie se haya referido a este tema. En este país sobran analistas políticos, economistas y periodistas de investigación para pasar por alto un dato, a mi entender, de suficiente importancia para al menos referirlo en las distintas tertulias políticas que se extienden por las distintas cadenas de televisión o radio.
La cuota de afiliación es, sin duda alguna, una de las fuentes de financiación de los partidos políticos, si bien no es de las más importantes, es uno de los ingresos fijos con los que los partidos cuentan y por lo tanto son auditadas por el Tribunal de Cuentas del Estado. El Partido Popular decía contar con 865.000 afiliados, si estos pagaban una media de 10 € de cuota mensual, esto querría decir  que el Partido Popular ingresaba anualmente en concepto de cuota de afiliación 103.800.000 €, pero si realmente cuenta, una vez revisado y actualizado el censo de afiliados con 56.000, quiere decir que lo que en realidad ingresa es 6.720.000 €, produciéndose un desfase de 97.080.000 €. ¿Cómo han podido justificar en concepto de cuota esta cantidad? ¿De dónde proviene ese dinero?
La principal diferencia entre un afiliado y un simpatizante o un adscrito es que los afiliados pagan cuota y los demás no, estas cuotas pueden ser desgravadas a la hora de hacer la declaración de la renta y por lo tanto el control que el Estado tiene sobre el número de afiliados de cada partido o sindicato es fidedigno.
Este dinero ha permitido al Partido Popular “hacer trampas” en el juego de la “democracia”, de ir “dopado” a la competición de las urnas. Poco a poco se van levantando las cartas con las que cada partido ha ido jugando y lo sorprendente es que nadie haya hecho la menor mención a este caso.
“Preferiría incluso fallar con honor que ganar con trampas”.
Sófocles.

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