Existe un debate que surge
intermitentemente donde se confrontan dos tesis relacionadas con la
prostitución, estas tesis son: regulación o prohibición (aunque se suele usar
el eufemismo “abolición”).
La primera de las posturas, la regulación, se fundamenta en que ya que la prostitución es un asunto que existe desde tiempo inmemorial, si se va a ejercer, que se cuente con una serie de garantías y derechos laborales, su cotización a la Seguridad Social, etc.
La segunda de las posturas, la
prohibición, establece medidas coercitivas para aquellas personas que la
ejerzan, que la consuman o inciten a ella, con el objetivo de hacer desaparecer
la prostitución de nuestro país. Hay que decir que la prostitución en la
actualidad se encuentra en una situación de “alegalidad” (no es legal, pero
tampoco está prohibida).
Antes de tomar parte en alguna de las
dos posiciones deberíamos de pararnos a pensar en las siguientes cuestiones:
- ¿Quién ejerce la prostitución? Me atrevería a asegurar que las personas que ejercen la prostitución lo hacen para cubrir una imperiosa necesidad económica (no incluyo a las personas que han sido víctimas de trata y se han visto obligadas a ello). Ninguna persona sueña en su niñez con ser prostituta (utilizaré el género femenino ya que es una actividad mayoritariamente feminizada). Nadie que tenga otras opciones laborales se plantea ejercer la prostitución.
-
¿Quién se beneficia de los ingresos de la
prostitución? Todos los clubs de carretera que se encuentran a lo largo y ancho
de España pertenecen a una persona o grupo de personas que obtienen grandes
beneficios gracias a la actividad que en ellos se lleva a cabo.
La prostitución es un ejemplo más de
la lucha de clases, donde personas con necesidades económicas son explotadas
por personas que se aprovechan de su situación de debilidad. ¿Cuántas personas
provenientes de familias socioeconómicamente bien situadas se dedican a la
prostitución? Podríamos asegurar que la mayoría de las prostitutas provienen de
las clases populares.
Pero, la prohibición no puede ser suficiente, ya que, a fin de cuentas, estas mujeres cubren sus necesidades económicas con esta actividad, así que habrá que invertir en programas sociales que ayude a este colectivo a poder ganarse la vida con otro trabajo.
No es una cuestión moral, ni tampoco
económica, es simplemente, una cuestión de justicia, porque, parafraseando a J.
J. Rousseau, nadie debería verse en la necesidad de venderse a otra persona.
Para profundizar en este tema
recomiendo la lectura de “El año que trafiqué con mujeres” del periodista
Antonio Salas.
“La prostitución es la más horrible
de las aflicciones producidas por la distribución desigual de los bienes del
mundo” Flora Tristán.
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