Desde que en los años ochenta se popularizaran las telenovelas, todas y cada una de ellas, han seguido el mismo patrón: una historia simple, con unos personajes que visten y actúan fieles al paradigma del personaje que les toca interpretar, con roles fácilmente distinguibles, a veces sobreactuando, las situaciones que se desarrollan están lejos de parecerse a la realidad, sin embargo es un producto televisivo altamente consumido, con una cantidad ingente de capítulos, pero que no ha parado de emitirse desde entonces, poco importa que la historia no sea creíble, lo importante es que provoque emociones en los telespectadores.
Los
consumidores de estas telenovelas, intuyen la trama y el desenlace,
prácticamente desde el principio, no hay lugar a dudas: los buenos son muy
buenos, los malos son muy malos, y al/la protagonista le suceden una serie de
circunstancias adversas de las que saldrá airosa al final de la telenovela. Lo
único importante es que la persona que ve estos seriales genere emociones que
(afortunadamente) no vivirá en la vida real.
El único
objetivo de las telenovelas es entretener, no hay busca nada más allá que el
telespectador pase un rato de desconexión de la vida real.
El discurso político comienza a asemejarse a una telenovela, cada telespectador elige a sus héroes y sus villanos y a partir de aquí, los discursos que emiten buscan generar emociones en los consumidores, ha dejado de hablarse de cuestiones racionales, que propuestas generaran un cambio a mejor en la vida de la ciudadanía, propuestas que afecten a nuestro día a día, acciones racionales que podamos evaluar, pensar y reflexionar, etc.
Los acuerdos que se puedan alcanzar entre los distintos partidos se obvian, únicamente nos trasladan mensajes que buscan destacar alguna emoción (generalmente negativa), y que por lo tanto no podamos reflexionar sobre lo que están haciendo, polarizan los discursos para posicionar a la población en un estado de “conmigo o contra mí”. La información hace tiempo que desapareció de las parrillas informativas, las palabras se han vaciado de significado, únicamente ha quedado la opinión, y como cada cual elige la línea editorial sobre la que cargarse de argumentos (informarse se ha convertido en una entelequia), las conversaciones sobre temas políticos carecen de argumentos, se limitan a repetir los dogmas que los “comunicadores” de turno se han encargado de repetir en los distintos programas.
Nos hemos
olvidado de pensar por nosotros mismos y eso es aprovechado para la
manipulación, no hay forma de obtener información que no esté contaminada de
opinión, pero al igual que en la telenovelas, da igual, lo único que importa es
la emoción que genera el discurso que se traslada.
“La multitud no reacciona sino a estímulos muy
intensos. Para influir sobre ella es inútil argumentar lógicamente”. Sigmund
Freud.
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