Las redes sociales se han convertido en una herramienta multifuncional con la que mantener el contacto con otras personas, evadirse de la realidad, mantenerse informado, entretenido, y sobre todo hacer llegar a todo el mundo lo que pensamos de cualquier tema en el que consideremos que nuestra opinión deba ser tenida en cuenta.
El
filósofo surcoreano Byung-Chul Han, compara la expansión de las redes sociales
con una herramienta que alimenta nuestros instintos narcisistas ante una
sociedad cada vez más gris que nos aboca a la soledad. En las redes sociales,
comenta Han, “uno acumula amigos y seguidores sin experimentar jamás el
encuentro con alguien distinto. Las redes sociales representan un grado nulo de
lo social”.
Los algoritmos nos conectan con aquellas personas con las que mantenemos afinidades, que comparten nuestra visión del mundo, excluye a aquellas que tienen otra forma de percibir la realidad, y nos “empodera” en nuestros más firmes ideales. Esa sensación de “estar en lo cierto”, de no ser el único que piensa de determinada manera, nos alimenta el Ego, a riesgo de morir ahogados en nuestra propia imagen, como narra el mito de Narciso.
Sin
embargo, reflexionando sobre la propuesta de Han, llego a una conclusión
diferente a la suya, y más que buscar el paralelismo con el mito de Narciso,
las redes sociales se me asemejan mucho más al mito de Eco.
Eco, cuya tragedia estaba en que únicamente podía repetir la última palabra que oía, se consumió en las montañas donde únicamente quedó su voz.
Las
redes sociales, entiendo, nos han llevado a compartir la maldición de Eco,
podemos decir lo que nos plazca y, en realidad únicamente estaremos reverberando
las últimas palabras que hayamos oído. Nos han hurtado nuestros pensamientos,
nuestra creatividad, y aunque nos da la sensación de que somos escuchados por
multitud de personas, a nadie le importa lo que decimos, porque solo queremos
ver como se repite las ondas de nuestros mensajes, ya sea en likes, o en
veces que se comparte nuestra publicación.
Como
niños pequeños repetimos las frases que escuchamos, hacemos las mismas fotos
que hacen otros, y vaciamos de contenido nuestra privacidad para sentir que no
estamos solos, pero en realidad solo hacemos el “eco” de lo que hemos visto, oído
o leído, sin que a nadie le importe.
“En la caja de resonancia digital, en la que uno sobre
todo se oye hablar a sí mismo, desaparece cada vez más la voz del otro”
Byung-Chul Han



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