Aquellos que nacimos a mediados de los años setenta y que estamos a punto de pasar el ecuador que separa la década de los cuarenta en dirección a la de los cincuenta hemos visto como el mundo cambiaba vertiginosamente al mismo tiempo que crecíamos y que sólo con la perspectiva que te dan los años es posible analizar los cambios que se han producido social, cultural, política y económicamente en el mundo. Difícilmente el mundo actual se asemejará al mundo que creíamos posible en nuestra niñez, allá por los años ochenta.
La Revolución Conservadora impulsada por las administraciones de Ronald Reagan y Margaret Thatcher dio una patada al tablero económico existente desde la finalización de la II Guerra Mundial, potenciando el neoliberalismo económico cuyos principales impulsores fueron los conocidos como “Chicago Boys” del economista Milton Friedman, cuya principal consecuencia fue la privatización de muchas empresas, hasta entonces estatales y una bajada importante de financiación pública en los sectores estratégicos. Esta Revolución Conservadora tuvo su pilar social en el fomento del individualismo expresado por la célebre cita de Margaret Thatcher “La sociedad no existe”. Evidentemente las consecuencias de estas políticas tuvieron una repercusión global. El tablero geopolítico terminó de derrumbarse al hacerlo en el año 89 el Muro de Berlín, símbolo de los dos bloques enfrentados.
Llegamos a los años noventa, y mientras la adolescencia se abría paso a los de mi generación y comenzamos viendo como el mundo establecido desde mediados de los años cuarenta se derrumbaba con la desaparición de la Unión Soviética. La política de Bloques se había acabado y el ensayo de Francis Fukuyama “El Fin de la Historia” daba consistencia a los principios neoliberales y presentaba un futuro donde el “fantasma del comunismo” había desaparecido para siempre, quedando únicamente una vía para el progreso humano: El Capitalismo. La desaparición de la URSS eliminó los miedos de los neoliberales y las esperanzas de los trabajadores y comenzaron un proceso de adelgazamiento del Estado de Derecho, que lo dejó próximo a un Estado Anoréxico.
Y mientras tanto, nuestra vida
seguía, con los primeros amores, las primeras fiestas, las salidas con amigos
hasta que llegamos al final del milenio.
Son muchos los autores que determinan
que el siglo XXI comienza con el atentado a las Torres Gemelas y al Pentágono
por parte de Al-Qaeda el 11 de septiembre de 2001.
Mientras tanto Bill Gates cumple su sueño de poner “un ordenador en cada oficina, en cada casa” y la era digital se va adentrando en nuestro día a día a una velocidad vertiginosa, seguidamente la aparición de Internet, con todo lo que supuso, creo las condiciones necesarias para que el mundo jamás volviera a ser el que conocimos.
Para terminar la década del dos mil, mientras algunos nos habíamos independizado, casado y tenido hijos, etc., soportamos una de las mayores crisis económicas provocadas por las políticas desreguladoras existentes desde los ochenta, y mientras pasamos la siguiente década intentando recuperarnos de dicha crisis, comenzamos los años veinte intentando sobrevivir a una pandemia mundial.
Los de mi generación, podremos decir
muchas cosas, pero no podremos decir nunca que nos tocó vivir una época
aburrida.
“Cada generación, dentro de una
relativa opacidad, tiene que descubrir su misión, cumplirla o traicionarla”.
Frantz Fanon
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