La transición española llegó a una serie de acuerdos fundamentales para la convivencia: la amnistía a los crímenes del fascismo durante cuarenta años, la democracia parlamentaria, la legalización de partidos políticos y sindicatos y la figura del rey como Jefe del Estado. Estas cuestiones fueron aceptadas por todos los participantes de la construcción de la sociedad emergente de finales de los años setenta, desde Fraga hasta Carrillo. Se sepultaba así la posibilidad de un referéndum sobre el modelo de Estado.
El sentimiento republicano hibernó durante treinta años, y empezó a despertar de la mano de las asociaciones memorialistas a principios del siglo XXI.
En los veinte años que llevamos de este siglo, el trabajo a favor de la difusión de la República como modelo de estado ha ido avanzando y cada vez son más las voces que se posicionan a favor de este modelo de Estado.
Aunque para el resto del mundo parece que la definición de República no necesita aclaración, nuestro país asocia la República a movimientos de Izquierda cuando en realidad, la única diferencia que tiene con el modelo actual es que el Jefe del Estado es elegido democráticamente en las urnas y no por la velocidad del espermatozoide del Borbón de turno.
El movimiento republicano, a mi entender, ha cometido un error a la hora de establecer sus prioridades y ha sido la evocación idealizada de la II República (un trabajo necesario pero insuficiente) en vez de armar de argumentos para la proclamación de una tercera.
Se ha trabajado para dignificar la memoria de los desaparecidos durante la guerra y el franquismo, se ha puesto el ojo en el atraso que supuso para España cuarenta años de dictadura franquista y todo arropado con la bandera tricolor que ha sido asumida por todos los republicanos y republicanas del siglo XXI.
Esta situación ha generado que los símbolos nacionales hayan sido asumidos por la derecha monárquica estableciendo una confrontación entre la ciudadanía, no por el fondo de la cuestión sino por la forma. Cualquiera que hoy porte una bandera rojigualda es identificado con la derecha conservadora del país.
Siguiendo las tesis de Zygmunt Bauman vivimos en una sociedad líquida donde el continente es más importante que el contenido, lejos de argumentar los beneficios o perjuicios de la monarquía/república nos hemos enlazados en una “batalla simbólica” por ver quien la tiene más grande (la bandera).
Como republicano me es indiferente que bandera es la que ondee en mi país mientras que el jefe del estado sea elegido democráticamente. A mí me bastaría con eliminar la corona y el blasón de los borbones del escudo nacional.
“La legitimidad de un régimen procede de la aceptación por la sociedad de los principios que están en la base de su organización política” Miguel Artola.