Los debates que se han llevado a cabo durante el proceso de (no)investidura de Alberto Nuñez Feijoo, me han llevado a plantearme la siguiente disyuntiva retórica: ¿serían capaces los diputados del Congreso de defender la posición contraria a la que han defendido en el caso de que su situación fuera la de su oponente? Por usar únicamente dos ejemplos de los partidos que han participado de esta (no)investidura: ¿sería capaz el PSOE de solicitar que su candidato fuera investido Presidente por ser el partido más votado en las elecciones aunque no tuviera los apoyos suficientes en el Congreso? ¿Reclamaría el PP la posibilidad de presidir el gobierno de la nación si tuviera los apoyos suficientes aunque su partido no hubiera sido el más votado en las elecciones?
La
respuesta a ambas preguntas es que sí, sería muy inocente pensar que ambos
partidos no tuvieran la capacidad de argumentar lo contrario que argumentan
ahora si eso beneficiara a sus intereses. Y esta respuesta, pienso, sería
extensiva a todos los partidos.
Entonces,
la pregunta que habría que plantearse sería: ¿Cómo es posible que cada uno de
los partidos pueda argumentar “A” o “B” dependiendo de sus intereses? La única
conclusión a la que puedo llegar es: no teniendo un ápice de vergüenza.
Ya Aristóteles, en su tratado sobre política, nos advertía de cómo cada uno de los modelos de Estado podían devenir en un sistema viciado y perjudicial para la ciudadanía y explicaba que la “Democracia” corría el riesgo de convertirse en “Demagogia”.
La “Demagogia” es definida por el Diccionario de la RAE de la siguiente manera: 1. Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular. 2. Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.
En la
actualidad, la política ha sido tomada por los sofistas, que a través del uso
profesional de la palabra consiguen hacerse con el poder, y son capaces de
convencer al pueblo de que sus argumentos son los válidos, sean cuales sean
esos argumentos.
Los
responsables de que el sistema democrático haya caído en el sistema viciado de
la demagogia no es de los políticos, que han dejado de ser personas
preocupadas por la gestión de los asuntos comunes para convertirse en
profesionales de la oratoria cuyo único objetivo es alcanzar el poder, sino el
propio pueblo que defiende los argumentos de sus “representantes” sin reflexión
sobre los argumentos, como simples papagayos, sin conocer las normas sobre las
que se fundamenta el sistema democrático, éstos son los verdaderos
responsables. Los políticos que tenemos son un fiel reflejo del pueblo que
formamos.
“En la actualidad, gracias a los progresos de la retórica,
basta saber hablar bien para llegar a ser jefe del pueblo” Aristóteles.