Las personas que trabajamos en Centros de Protección de Menores estamos expuestos a una continua frustración debido a: las carencias de recursos para poder llevar a cabo nuestro trabajo, la falta de apoyo de la administración de la que depende nuestro sector, la rebeldía de muchos de los menores que les hace tomar decisiones equivocadas a pesar de que se les advierta continuamente, la dificultad intrínseca a trabajar con adolescentes, etc.
Los adolescentes que son usuarios de
estos Centros muestran su frustración por no tener un contexto familiar que los
proteja y los guíe, la falta de referentes adultos que les marquen el camino,
el ir y venir continuo de educadores y educadoras que dificulta la vinculación
afectiva con otros adultos.
Sin embargo, de vez en cuando las personas que trabajamos en dichos recursos podemos disfrutar de pequeñas “victorias”, cuando, de vez en cuando, recibimos algún mensaje de menores con los que hemos trabajado y que han sido trasladados de recurso o han cumplido la mayoría de edad, generalmente, estos mensajes están redactados en dos sentidos: 1) te quieren hacer saber que se encuentran bien, que la vida les sonríe y que se encuentran en el camino correcto hacia una etapa adulta “normalizada” y 2) se encuentran mal y buscan consejo o un mensaje tranquilizador que les ayude a seguir hacia adelante evitando tomar mala decisiones.
En ambos casos, es una “victoria” que
nos debe ayudar a continuar nuestro trabajo con el mismo tesón, ya que los dos
tipos de mensajes muestran que tu trabajo ha calado en esos menores, que te
tienen como referente en caso de duda, y que suples el papel “paterno o
materno” que les falta en su vida.
Estos menores se han visto vinculados
“forzosamente” a los educadores durante un periodo de tiempo pero como dice J.
J. Rousseau al comienzo del segundo capítulo del Contrato Social (1762)
refiriéndose a la familia una vez que se rompe el vínculo de protección que une
a padres e hijos “Si continúan juntos, no es ya forzosa y naturalmente, sino
voluntariamente”. Por lo tanto, si un menor “voluntariamente” desea seguir
vinculado a los educadores con los que ha tratado es síntoma que hemos abierto
una grieta en su maltrecho sistema afectivo.
Me gustaría dedicar este artículo a
todos los compañeros y compañeras que, a pesar de la inestabilidad, la falta de
recursos, la escasa valoración social, la continua frustración generada por un
sistema injusto, continúan haciendo que menores con escasos recursos consigan
cambiar su destino y puedan tener una vida digna. No siempre se consigue, pero
la lucha merece la pena.
“Hay que realizar lo posible para
alcanzar lo imposible” Simone Weil
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