La filosofía posmodernista nos ha convencido de que la verdad no existe, expone la verdad como un ideal platónico a la que es imposible acceder y que su representación en el mundo real se compone de múltiples versiones enmarcadas en lo que llamamos “opiniones”, cada persona tiene “su verdad” y por lo tanto es inútil plantear la búsqueda de este ideal imposible de encontrar.
Pero, si la verdad no existe, tampoco
puede existir la mentira como concepto de inverso.
Al aceptar la no existencia de ambas ideas como conceptos absolutos nos encontramos sumidos en una telaraña de opiniones personales, ideas peregrinas, etc. que provoca que cualquier teoría, por descabellada que sea tenga cabida en la sociedad, ahí encontramos por ejemplo, el sector de los antivacunas, los terraplanistas o los propios creacionistas, entre otros, que negando teorías sobradamente contrastadas imponen sus ideas en plano de igualdad, justificado socialmente en el aforismo de “toda opinión es respetable”.
La “verdad” existe como la
explicación incuestionable de un hecho o situación, y por lo tanto es mucho más
compleja que una simple opinión. La verdad puede ser descubierta, pero para
ello debemos introducirnos en un maremágnum de datos, hechos y fechas, así como
saber separar “el trigo de la paja” en la que se mezclan con datos y
explicaciones insuficientes que justifican una opinión utilizando la parte de “verdad”
que les es propicia, obviando la que puede contradecirla o ponerla en cuestión.
En la sociedad de lo inmediato,
pararse a buscar los datos necesarios que nos lleven a la verdad supone una
inversión de tiempo, en muchos casos inalcanzable, que para cuando hemos podido
recabar toda la información, el hecho en sí ha dejado de tener interés.
En mi opinión, la pregunta que
debemos hacernos no es si la verdad existe o no, sino ¿nos importa realmente la
verdad? o si por el contrario nuestro único afán es que impere nuestra opinión
y por eso damos pábulo a noticias falsas, ideas contradictorias, o burdas
mentiras por el simple hecho de que coinciden con nuestra manera de pensar en
ese momento.
Todos somos susceptibles de cambiar
de opinión sobre cualquier asunto, de hecho lo hacemos varias veces a lo largo
del día, nuestra capacidad de comprender todos los parámetros que afectan
directa o indirectamente sobre un asunto es muy limitado, por lo que la
búsqueda de la verdad resulta un trabajoso engorro, pero sin duda merece la
pena hacer honor a nuestra especie que para eso se ha denominado a sí misma
como homo sapiens.
“Informarse sin esfuerzo es una
ilusión que tiene que ver con el mito publicitario más que con la movilización
cívica. Informarse cansa y a este precio el ciudadano adquiere el derecho de
participar inteligentemente en la vida democrática” Ignacio Ramonet.
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